Septiembre 28 de 2012. Poco antes de recibir el tributo del río Lagartococha, las orillas del Aguarico son escarpadas y de sus rojizos barrancos sobresale una maraña de raíces. Un revoloteo capta mi atención y descubro un pajarito cuyo plumaje de tonos parduscos lo hace casi invisible contra el sustrato. Su silbido es casi inaudible contra el rumor del río y muy pronto su pequeña figura queda atrás cuando el bongo que nos transporta entra finalmente en la desembocadura del afluente limítrofe.
Esta fugaz observación corresponde a mi primer encuentro con el pitajo ribereño (Ochthornis littoralis) cerca de la frontera entre Ecuador y Perú, no muy lejos del punto en donde estos dos países se encuentran con Colombia. Desde entonces, cada vez que emprendo un recorrido fluvial por la Amazonia o la Orinoquia, espero ansioso su modesta aparición. Sin importar la época del año en la que visite cualquiera de estos parajes, estoy seguro de encontrarme con él pues jamás abandona las orillas escarpadas de los grandes ríos del oriente suramericano.

Comparados con las grandes rocas que refulgen bajo el sol, o con los playones blanquísimos en los que revolotean incontables mariposas, estos barrancos son poco atractivos. Pero el neotrópico es tan generoso que incluso un entorno tan anodino como éste ofrece todos los recursos necesarios para asegurar la existencia de este atrapamoscas: perchas desde donde cazar insectos, rincones resguardados para construir la pequeña taza de su nido y, sobre todo, una casi total ausencia de competidores.
Su estilo de vida, aparentemente modesto, es en realidad una exitosa estrategia de supervivencia en condiciones tan extremas como las que plantean los pulsos estacionales de inundación del Orinoco y el Amazonas. En la época de lluvias los ríos aumentan su caudal hasta cubrir vastas extensiones y sus aguas suben muchos metros ocultando el sotobosque. En cambio, durante la estación seca, el agua se recoge en los cauces fluviales y extensos playones quedan al descubierto.
En invierno, cuando las playas y los ribazos quedan sumergidos, durante varios meses los delfines rosados amplían sus áreas de alimentación nadando entre la vegetación. Van detrás de los peces que aprovechan una rica oferta de alimento en los árboles, quienes a su vez se benefician de ellos para dispersar sus semillas. Meses después, los ríos bajan poco a poco su nivel, las lagunas temporales se secan y dejan al descubierto extensos playones. Los peces, crustáceos, moluscos y otros animales acuáticos se concentran en áreas cada vez más reducidas, o se ven obligados a migrar a otros sectores de las cuencas en donde las condiciones ambientales les son propicias.
Por su parte, las aves acuáticas tienen distintas maneras de enfrentar los pulsos de inundación. La época de aguas altas es poco productiva para algunas especies ictiófagas pues sus presas están dispersas. Por el contrario, el verano es una época de bonanza en la que garzas, garzones y gabanes hacen un festín aprovechando el hacinamiento de peces en áreas cada vez más reducidas. En esta misma época, los gansos carreteros, los gaviotines y los rayadores se congregan en las playas para anidar. Para todas estas aves, las migraciones estacionales son una estrategia de respuesta a la alternancia predecible en la oferta de recursos.
No todas las especies responden a los pulsos de inundación desplazándose grandes distancias. Camungos, polluelas de agua, rascones, colimbos selváticos, ibis, carraos, aves sol, cormoranes, patos aguja y martines pescadores restringen su actividad a los caños y lagunas con buena cobertura vegetal, en donde encuentran con facilidad el alimento a lo largo de todo el año, así sus sitios de anidación estén anegados durante la estación lluviosa.
Algunos pájaros, no propiamente acuáticos, se adaptaron a la efímera existencia de las islas que se forman en verano en medio de los ríos. Durante los pocos meses en los que crece la vegetación pionera sobre el sustrato deleznable de limos y arenas transportadas por el agua, una pequeña comunidad de chamiceros y atrapamoscas construyen sus nidos en las zarzas y crían sus polluelos antes de que el río vuelva a cubrir su hábitat hasta el siguiente estío. Mientras esto sucede, se las apañan en los bosques de las orillas en donde todavía hay insectos qué atrapar.

Pero ninguno de ellos ha conseguido vivir tan en el límite como lo hace el pequeño pitajo ribereño quien, gracias a su adaptación a un estrecho margen de condiciones ambientales, paradójicamente goza de una distribución que abarca desde el suroriente de Colombia hasta el norte de Bolivia, gran parte de Brasil y las Guayanas, pues dicho conjunto de variables se presenta a lo largo y ancho de este inmenso territorio. Así, permaneciendo casi inadvertido, este pajarito sin pretensiones campea por sus fueros durante los largos meses de descenso de las aguas, amo y señor de las raigambres que asoman de los barrancos sombríos. Y cuando los pulsos estacionales de inundación obligan a tantas otras especies a emprender largas travesías, se limita a ocupar las cortinas de bejucos que cuelgan sobre el agua, apenas unos pocos metros por encima de su reino temporalmente sumergido.

Lindo el atrapamoscas, Luis Germán. Lo de ‘pitajo’ en el nombre común, ¿qué significa?
Gracias, Ismael. No tengo idea de dónde salió el nombre común “pitajo”, ni recuerdo en dónde lo encontré por primera vez. Solo te puedo decir que se usa para designar a todas las aves de los géneros Ochthoeca y Ochthornis.
Muy bueni
Me encanta lo paradójico de su amplia distribución. Que linda historia.