Hace muchos años, durante un paseo por los bosques de robles de la cordillera Oriental, encontré debajo de un tronco en descomposición un pequeño animal distinto a cualquier otro que hubiera visto hasta entonces. Pensé inicialmente que se trataba de algún tipo de gusano, pero sus muchos pares de apéndices recordaban a un ciempiés y además tenía, en su extremo anterior, algo parecido a los “cuernos” de un caracol. Ni lento, ni veloz, se desplazaba con determinación sobre el musgo y en unos pocos minutos desapareció entre la hojarasca.
Intrigado por el hallazgo, escarbé en un texto de zoología y pronto descubrí que se trataba de un Onicóforo, invertebrado primitivo a medio camino entre los distintos grupos de gusanos y el filo de los artrópodos. Aparte de su no muy clara filiación taxonómica y algunos detalles de su anatomía, el libro explicaba que todas las especies conocidas de este grupo de animales son habitantes del hemisferio austral, en donde prefieren sitios umbríos y húmedos como el bosque de niebla en el que hice mi observación.
Después de este primer encuentro, solamente volví a toparme con los onicóforos en una que otra referencia bibliográfica y el interés momentáneo que tuve por ellos se desvaneció paulatinamente. Al igual que una inmensa mayoría de personas tengo un sesgo desproporcionado en mis preferencias por los mal llamados “animales superiores” y aunque ese interés inequitativo me ha dado la oportunidad de profundizar en el conocimiento de la historia natural de las aves, también ha servido como velo para ocultarme un universo de seres extraordinarios.
Pero gracias al privilegio de vivir en un país megadiverso, siempre termino por cruzarme con toda clase de bichos en donde menos lo espero. Una mañana cualquiera, durante el confinamiento obligatorio de la pandemia de la CoVid19, vi una pequeña forma oscura y alargada junto a la pata de un asiento del comedor. Algo en su manera de moverse me pareció inusual y al examinarlo de cerca descubrí con sorpresa que teníamos la visita de uno de aquellos curiosos invertebrados primitivos que había olvidado por tanto tiempo.
Como nuestra casa está situada en un parche de bosque húmedo tropical en regeneración, no me sorprendió del todo la aparición de este animal, pues ocurrió dentro de su área de distribución, según dice la plataforma digital INaturalist. Sin embargo, haberlo encontrado dentro de una habitación fue, cuando menos, curioso y me planteó muchas preguntas.
En primer lugar, ¿Cómo llegó hasta el sitio en donde lo encontré? Cabe suponer que, dada la preferencia de estos animales por la oscuridad y la humedad, lo hubiera hecho durante la noche, pues un recorrido como ese, en pleno día, sobre un sustrato poco amigable de cemento y cerámica, hubiera sido suicida. El comedor está, por lo menos, a unos 15 metros de hábitat propicio, lo cual significa que el animal tuvo que atravesar una distancia mínima igual a 400 veces su longitud corporal, lo que para una persona de talla media equivaldría a caminar más o menos un kilómetro. Sin duda, ese viaje hizo honor al nombre del género al cual pertenece probablemente el bichito: el apelativo latino Peripatus significa, literalmente, “el que pasea.”
Aunque es lógico pensar que en el jardín la abundancia de presas potenciales para este depredador tiene que ser mayor que dentro de la casa, no creo que otra razón, distinta a la búsqueda de alimento, explique su expedición hasta el comedor. Sin embargo, no he encontrado hasta ahora ningún estudio que indique qué tan variables y extensos son los desplazamientos habituales de estos animales como para considerar extraordinario el sitio del hallazgo. Por árido que parezca el piso de ladrillo de la casa, por él deambulan habitualmente bichos suficientes para alimentar a las muchas arañas, ciempiés, alacranes y geckos que comparten con nosotros el espacio.
Después de hacer una observación breve y un par de fotos, consideré que el animal estaría mejor en el jardín y lo llevé entonces a un sitio sombrío, con abundante hojarasca y trozos de madera cubiertos de musgo. Y si bien esta fue una decisión acertada, a ratos lamento no haber prolongado mi estudio del bicho pues lo que he leído después, acerca de su historia natural, es verdaderamente fascinante (el artículo de Wikipedia es una muy buena introducción a estos animales).
Pero a pesar de que reviso de vez en cuando sitios que creo apropiados para encontrar a nuestro visitante o alguno de sus parientes, empiezo a creer que son tan escasos que a lo mejor tendré que esperar años antes de volver a verlos. Mientras eso sucede, me consuela saber que en mi entorno inmediato deambulan estos primitivos cazadores nocturnos. Tener esa certeza añade nuevas facetas al asombro permanente que me produce el espacio que habito.
Muy interesante historia, Luis Germán. Muchas gracias por compartirla. Quién quita que uno de tus lectores nos topemos con un bichito de estos algún día.
Son muchas las preguntas que nos hacemos sobre la visita de tan especial bicho.
Estaremos vigilantes por si alguno aparece, aunque creemos que tienes un pacto con la naturaleza dificil de emular. Gracias es un gusto leerte.
Mi primer encuentro con un peripatus fue en Merenberg. Por alla en el 82, con Gustavo Kattan explirabamos.los bosques de niebla volteando cada tronco. Y ahi, en una hoquedad humeda y cafe, del mismo color del bichito, nos encontramos algo que obviamente no era artropodo pues no tenia exoesqueleto pero era un gusano con patas. Luego descubrimos que es un grupo intermedio en el arbol evolutivo entre los anelidos , o lombrices de tierra, y los artrópodos. En esa epoca, la unica forma de garantizar que lográramos identificar algo era colectarlo y conservarlo en alcohol. Asi lo hicimos y eventualmente lo enviamos a Alemania a un especialista. Varias veces escribimos preguntando por la suerte del especimen pero no hubo una respuesta. Pero, casi dos decadas después nos llegó sorpresivamente una carta de alguien que se lo encontró en un museo y lo identificó. Quisiera terminar este recuento con el nombre del Peripatus, pero eso requiere una búsqueda en mi memoria y en mis registros, que la inmediatez de este medio no va a permitir.
Si yo fuera un Peripatus, viviría en Merenberg. El primer encuentro al que me refiero en mi relato, tuvo lugar en los bosques aledaños a la laguna de Pedropalo, en Cundinamarca, alrededor de 1976 y ahora que leo tu mensaje, pienso que ese bosque era bastante parecido a los de Merenberg. Nada que ver con nuestro entrañable rastrojo alto de Lomalarga…
Interesante el bicho, Luis Germán, con resonancias aristotélicas en su nombre. Las características que hacen difícil su identificación habrían vuelto loco al filósofo griego que todo lo quería poner en cajones fijos de clasificación. El de la pajarera tenía más de perioikos que de peripatus.