Tras largos meses de incontinencia textual llegó el silencio. Al principio fue simplemente la acentuación de la autocensura pues en ella encontré la disculpa perfecta para postergar, una y otra vez, el desarrollo de un nuevo relato. Combiné entonces la incomodidad que me produce sentir que me repito y el pudor retrospectivo por haber compartido, con todos aquellos a quienes he hecho destinatarios de lo que escribo, cosas que quizá me importan solo a mí. Justifiqué así el incumplimiento con la periodicidad más o menos rigurosa que había establecido para la publicación de esta bitácora virtual. Me consolaba saber que, al fin y al cabo, sobre la mesa seguía abierta la libreta que me ha servido siempre como herramienta para rescatar recuerdos, resolver dudas o apuntar las pequeñas grandes cosas que encuentro a cada paso y que le dan sentido a la existencia.

Unas cuantas semanas después, los intervalos entre las anotaciones sucesivas de mi diario también se hicieron cada vez mayores. Sin darme cuenta trasladé las razones por las que interrumpí las entradas del blog a ese espacio íntimo en el que siempre he encontrado la forma de conversar con el inquilino que me habita y poco a poco le puse mordaza a mis registros. Además de procrastinar la tarea de poner en palabras mis reflexiones cotidianas, empecé a ignorar en mis notas hechos tan trascendentales como la eclosión de un par de huevos de azulejo frente a mi ventana, el final de la floración de las orquídeas o la tortuosa transición del tiempo hacia un verano que aún no acaba de llegar. Por primera vez, en años, no podría afirmar cuando fue la última vez que escuché el grito lejano del halcón montés en la hondonada o qué tanto más ha llovido en estos meses comparados con el promedio de años precedentes.
En un comienzo, ambos silencios me hicieron sentir liviano, como si estuviera flotando en un vacío atemporal en el que no existía la necesidad de tener anclaje ninguno ni circuitos de retorno a ideas que no acabo de fraguar del todo. Pero luego empezó la intensificación del asedio, en medio de la quietud de la alta noche, de una horda de fantasmas a los que he tratado de combatir con poco éxito. El descalabro bélico global, la volátil politiquería de este país inviable, la crisis climática y la aceleración de la sexta extinción se mezclaron en mi duermevela con miserias personales como el temor a la decrepitud, la impotencia frente a la vulnerabilidad de los seres queridos o el fracaso repetido en aceptar la impermanencia cuando sucumbo a las tentaciones del ego. Es a esas horas cuando pienso, por ejemplo, lo deprimente que es terminar convertido en un viejo pendejo que se pasa los días leyendo tonterías para hilvanar después historias inanes. A la mañana siguiente, forastero en mi propio pellejo, me siento más cansado de lo que estuve al acostarme y me agobia de tal manera la certeza de saber que, pasada la medianoche, habré de reanudar este ciclo, que no consigo estar atento a las sorpresas gratuitas que me regala el paso de las horas.

Estos pensamientos intrusivos no son en realidad novedosos, pero sé que su incremento está asociado con mi obstinada negación a enfrentar el papel en blanco. Después de todo, el ejercicio de buscar con la escritura algún sentido a ese embrollo de ideas me ha proporcionado anteriormente elementos para enfrentar muchas de estas batallas nocturnas con ellas. Sin embargo, es tal la inercia de las prácticas negativas que, a pesar de saberlo, he pospuesto una y otra vez la tarea de reanudar el soliloquio. Hasta esta mañana, cuando tomé la decisión de escarbar en mis libretas en busca del hilo perdido de la conversación conmigo mismo y encontré una anotación del 2 de febrero de este año:
“Hoy leí una cita de Eric Fromm en la que contrasta la ocupación incesante con la contemplación. Dice, más o menos, que mientras la primera es en realidad una actitud pasiva pues el hombre es sujeto de una pasión que lo domina, la segunda es una acción del alma y el hombre, en lugar de ser pasivo, está ocupado en la atención a sí mismo y a su unidad con el mundo”.
No recuerdo haber hecho esa lectura y mucho menos en dónde la hice. Sin embargo, aunque tampoco he logrado rastrearla en el ciberespacio ni verificar su autenticidad, considero que sería irresponsable conmigo mismo, después de leer esa anotación, no esforzarme en superar el bloqueo al que me he sometido durante los últimos dos meses. Estoy oxidado, me cuesta enhebrar las palabras más que de costumbre y lo que escribo no me satisface. Pero cierro los ojos y doy nuevamente rienda suelta a las palabras. Quizá no tenga sentido gastar el tiempo en atisbar el mundo o en leer tonterías para armar después intrascendentes colchas de retazos. Pero hacerlo no solamente constituye un remedio para los pensamientos malsanos del conticinio, sino que, además, llena mis días con la alegría de la búsqueda y con el encanto de tejer historias que a lo mejor llevan algo de luz a lugares y mentes distantes.
Gracias, Luis Germán, ya estaba por agregar comentarios en el texto anterior para reclamarte una nueva entrada. En una breve reseña biográfica de uno de sus escritores favoritos, Borges apunta: “Le tocaron, cómo a todos, malos tiempos en que vivir.” Y dice Platón, palabras más palabras menos, en el libro IX de la República, que el único gobierno al que podemos apostarle es al gobierno interior, al de nosotros mismos. Al final, el Mundo, con mayúscula, el objetivo del que hablan las ciencias orgullosamente, se reduce, querámoslo o no, a nuestro mundo, el que fijamos con nuestra atención. Por eso es tan grato leer tus textos. Porque son ventanas a un lugar en el que lo cercano, lo que está al alcance de los sentidos, enriquece lo lejano. De lo lejano, cuando dejamos de mirar, vienen los fantasmas.
Me alegra saber que lo que escribo es bien recibido, especialmente por buenos lectores. Y respecto a tu último comentario, yo no estoy muy seguro de qué tan lejos vienen los fantasmas. A lo mejor porque mi hiperestesia los percibe en cualquier parte cuando menos los espero.
Muy sinceras estás letras, algunos renglones para colocar en negrilla y cursiva. Muchas cosas escritas.
Ya estamos mayores para buscar la perfección, dale rueda suelta a lo que venga de ese subconsciente. Mira que puede ser muy divertido una vez que salgan esos fantasmas, tratar de vestirlos con ropa decente. Para que puedan ser digeridos por extraños y propios.
Un gran abrazo
Gracias, César. Pues ese es en gran medida el propósito de escribir este blog: abrirle la puerta a esos fantasmas si no vestidos con decencia, al menos disfrazados….
De los mejores relatos, describe perfecto batallas internas propias y ajenas, que buena forma de encontrar el camino de vuelta
Gracias, Paula! Por lo menos te hizo reaparecer en mi correspondencia! 🤗
Me demore en leerlo, pero que maravilla de texto, le tocó seguir escribiendo don Luis Germán
Y por qué te demoraste? Te pareció muy enredado? 🤗
A tu ritmo , siempre bienvenidos tus escritos . Siempre atesoradas tus reflexiones que explican o reflejan las propias
Un abrazo