Todos nos hemos preguntado alguna vez si los demás ven los colores como nosotros lo hacemos. O si las sensaciones que producen el sabor del chocolate, el olor de la tierra mojada o el aire frío de las montañas son verdaderamente compartidas. Luego, al descubrir que esas impresiones no son otra cosa que la lectura que hace el cerebro de los estímulos percibidos por un conjunto de receptores a los que llamamos órganos de los sentidos, hay quienes llegan a convencerse de que la realidad está delimitada por lo que ellos nos muestran.
Esta noción espontánea de lo real deja por fuera de su ámbito todo aquello que construimos y procesamos mentalmente, e ignora la existencia de un universo prácticamente inabarcable de formas distintas de aprehender el mundo. Cada animal nace con un equipamiento sensorial específico que determina la percepción de un conjunto limitado de estímulos provenientes de su entorno y que definen su particular representación de lo material, como señaló Jakob von Uexküll en 1910 cuando formuló su concepto del Umwelt.
De acuerdo con esta idea, la capacidad de responder a distintas clases de señales químicas y físicas permite a los animales orientarse en el espacio, escapar de sus enemigos y encontrar a sus presas o a sus parejas. En otras palabras, constituye su manera específica de mantenerse vivos. Para los humanos, la representación del mundo material es hecha a partir de imágenes, colores, sonidos, olores, sabores y sensaciones táctiles, por una sutil capacidad de conocer el espacio que ocupamos, el arriba y el abajo, y por la facultad de sentir algunas cosas que suceden en nuestro cuerpo.
Pero, a pesar de su riqueza, el conjunto de sensaciones que detectamos los humanos es apenas una lectura parcial de esa totalidad a la que nos referimos como mundo real. Así, por ejemplo, mientras nuestra visión cromática corresponde a los tres colores primarios – rojo, verde y azul – la de las aves incluye, además, el ultravioleta. Por lo tanto, ni siquiera aquellos seres que hemos creído que perciben el mundo de una manera muy similar a la humana, en realidad lo hacen.
¿Qué decir entonces de tantos animales cuya capacidad sensorial es muy distinta a la nuestra? Según von Uexküll, al interactuar con el ambiente cada organismo configura un círculo funcional particular que, si bien está en relación con los de otros seres alrededor, lo mantiene incomunicado con ellos. Y esto explica, en gran medida, por qué nos cuesta tanta dificultad imaginar otras maneras de detectar lo material.

Aunque pasamos mucho tiempo con nuestras mascotas, somos incapaces de hacernos una idea de cómo captan el mundo que compartimos con ellas. Cuando un perro olfatea un muro, es como si estuviera examinando una cartelera de noticias. Su vista y su oído son para él herramientas importantes con las que obtiene información sobre distintos elementos del ambiente, pero el olfato es el canal esencial a través del cual puede conocer la secuencia de visitantes previos al sitio que husmean, la presencia de distintos animales en su entorno, o incluso la dirección y distancia aproximada de una hembra en celo.
Los gatos utilizan los mismos canales sensoriales que los humanos, pero su percepción abarca dimensiones inalcanzables para nosotros. Ellos no solamente gozan de una notable capacidad visual en condiciones de oscuridad casi total: pueden captar frecuencias sonoras que están completamente por fuera del rango auditivo humano, discriminan olores con gran precisión y detectan sutiles movimientos del aire gracias a sus vibrisas, esos largos pelos de sus bigotes y cejas.
Si es tan difícil imaginar cómo perciben el mundo material seres tan familiares, tratar de aproximarse a la lectura del mundo de la que gozan organismos dotados de termorreceptores, órganos para producir ultrasonidos y para detectar sus ecos, ojos con la capacidad de “ver” el campo magnético de la tierra, o sensores eléctricos, resulta poco menos que imposible. Y, sin embargo, todos estos mecanismos forman parte del arsenal que tiene la biodiversidad para asegurar el relacionamiento específico de cada organismo con ese conjunto de cosas que llamamos realidad.
Como señaló el biólogo británico Richard Dawkins, en su famoso libro El relojero ciego, el mundo de nuestra especie está hecho de objetos de mediano tamaño, que se mueven en tres dimensiones a velocidades moderadas. Por esa razón estamos pobremente equipados para percibir cosas mucho más grandes o más pequeñas, o entender fuerzas y campos que no podemos sentir y de cuya existencia nos enteramos por la forma en la cual afectan aquello que si captamos con nuestros sentidos. Y cuando nos atrevemos a documentar las capacidades sensoriales de otros animales, solemos usar esa información para establecer qué tan distantes están de ese difuso umbral de lo que consideramos humano.

Atrapados en la arrogancia de considerar que nuestra especie ocupa un lugar de preferencia en el universo, nos hemos valido de nuestra ignorancia de las distintas maneras que tienen otros seres para aprehender el mundo y reforzamos la barrera que hemos erigido para distanciarnos de ellos. Y por cuenta de esa arrogancia, perdemos la oportunidad de interpretar la otredad de los demás animales como un maravilloso caleidoscopio que multiplica nuestra noción de realidad y abre una ventana para acceder a la vastedad del cosmos.
Queda como flotando entre las columnas de humo, después de un ritual de Ayahuasca, una pregunta acerca de “la realidad” de las entrevisiones chamánicas; si se trata de sueños poblados por imágenes fantásticas, o percepciones de umbrales tan sutiles que resultan “invisibles” durante los estados alterados de conciencia.
Interesante escrito que invita a reflexionar sobre como percibimos el entorno, el cual funciona como un filtro para la generacion de constructos subjetivos en nuestra mente, ademas de como el enfoque antropocentrista limita nuestra comprension de otras estrategias de percepcion sensorial que en muchos aspectos nos superan y a la vez crean esas realidades alternativas.
Saludos admirado y querido Luis German!
Magistral !!! Cuantas enseñanzas deja este escrito. Muchas gracias.
Apreciado Germán, ilustre naturalista: me parece excelente la caracterización de las diferencias perceptivas que estableces, entre el Sapiens y varias especies animales cercanas a éste, en particular las llamadas mascotas. Pero muy importante además, tu “denuncia” de la arrogancia de la cultura de aquel que, considerándose un ser superior a los demás, no sólo se “distancia” de la naturaleza y se pretende distinto y con derechos ílimitados para depredarla. Recibe un cordial saludo en compañía de la Menchis y Santiago. Esperamos más de tus valiosos saberes y experiencias, Bernardo.
Comparto la misma curiosidad de si los demás tienen idénticas sensaciones o percepciones a través de los sentidos: olores, colores, sabores, etc.; por lo tanto es muy interesante toda la información que tú nos estás ofreciendo
“Deseo saber qué se siente para un muerciélago ser murciélago”, escribía el filósofo de la mente Thomas Nagel en un discutidísimo artículo a mediados de los 70. Su respuesta era que no podríamos saberlo, quizás alcancemos a imaginar cómo se sentiría un humano siendo un murciélago, pero eso no era lo que en el fondo le interesaba a su enfoque. El carácter subjetivo de la experiencia, señalaba, pone una barrera insalvable a ese tipo de comprensión. La otredad del murciélago, para decirlo con palabras de Lévinas, nos desborda.
Esa pregunta de Nagel la leí por primera vez en palabras de Richard Dawkins y, de hecho, recordarla fue una de las razones que me llevó a escribir este texto.