En esta casa cada rincón tiene un significado preciso. No hay un solo objeto sin una historia que justifique su presencia en ella y por eso, más que una vivienda, el lugar es casi una extensión de nuestros fenotipos: incluso sus espacios exteriores reflejan cómo nos relacionamos con el mundo.

La composición taxonómica del jardín, el origen de cada una de las plantas que crecen en él y la manera como están dispuestas son más el resultado de una interacción deliberada que fruto de la casualidad. Cualquier descripción de este hogar sería inevitablemente biográfica y tendría que incluir nuestra relación cercana con un conjunto de bichos a los que hemos terminado por considerar como parte de la estructura familiar.
Además de los dos gatos, las omnipresentes guacharacas y los entrometidos guatines, una verdadera legión forma parte de esta nómina de cercanía. Así la palma zancona nos parece incompleta cuando los carpinteros buchipecosos no están repiqueteando en su fuste, nuestra imagen mental de los anturios incluye el verde metálico de las abejas euglosinas y celebramos la floración de los dragos porque sabemos que atraerá el escándalo de los pericos frentirrojos.
Nos hemos habituado tanto a la compañía cotidiana de todas estas plantas y animales que es fácil olvidar que ellos son los verdaderos dueños de este pedazo de montaña. Pero cuando cae la noche y de la oscuridad emergen otros seres más ajenos a nuestra intimidad por la escasa sincronía que tenemos con sus hábitos, recordamos que nuestro uso de este espacio es, de alguna forma, una concesión de la comunidad biológica que estuvo aquí desde siempre.
Soy un animal diurno y mis sentidos están habituados a la luz y a los procesos biológicos que ocurren en pleno día. A pesar de mi ignorancia acerca de la historia natural de una inmensa mayoría de los organismos con los que comparto mi residencia, me es mucho más fácil encontrar posibles explicaciones del comportamiento de quienes están activos durante las horas de luz.
Por eso me resulta tan fascinante el mundo de los animales que pueblan “mis” espacios a partir del ocaso. Una vez los murciélagos empiezan a revolotear alrededor de la casa y los geckos salen de sus escondrijos para cazar polillas en los anjeos de las ventanas, una multitud de la que escasamente soy consciente desarrolla sus actividades mientras nosotros cesamos la nuestra.
En la penumbra del cuarto de baño una fugaz silueta se dibuja en el recuadro que pinta la luz de la luna en la pared. Es la araña lobo que sale de su escondite, detrás de la cisterna, para hacer su ronda. Aunque este encuentro es repetitivo, no puedo evitar el sobresalto que me causa su despliegue defensivo, en el que levanta sus dos patas anteriores, cuando intento acercarme demasiado.

Algo parecido ocurre cuando, al cruzar el umbral de la alcoba, de la que apenas unos minutos antes había salido, los hilos de seda de una araña escupidora se me pegan a la cara. La sensación de ese tenue roce sobre la piel es tan extraña que un breve escalofrío me estremece mientras mi cerebro identifica el factor que lo ocasiona. Y, desde luego, cada encuentro con un alacrán en cualquier parte de la casa provoca un flujo momentáneo de adrenalina.
Otros hallazgos nocturnos son menos dramáticos, pero igualmente extraños a mis rutinas de primate. Si hago una pausa en mi última lectura de la noche y miro hacia el techo de la alcoba, no es raro que me encuentre cara a cara con una pequeña araña roja que, después de tender su red alrededor del bombillo, se ha descolgado hasta unos pocos centímetros por encima de mi cabeza y ahora regresa al cielorraso dejándome un interrogante más sin resolver en el rompecabezas de la historia natural de mi ámbito inmediato.
Como tantos otros que acumulo desde que emprendí un rudimentario recuento de la biodiversidad que comparte nuestro espacio vital. La lista de arácnidos que cohabitan este espacio crece noche a noche lo cual no es sorprendente pues, según un inventario reciente, se sabe que en Colombia habitan 914 especies de arañas y 212 de ellas han sido registradas en el Valle del Cauca.
Cada uno de estos animales tiene su propia manera de procurarse el alimento, pero todos tienen en común el hecho de ser depredadores. Además de las tejedoras de redes, hay arañas que cazan al acecho, otras que saltan sobre sus presas desde distancias asombrosas e incluso algunas que lanzan sus hilos de seda para capturar al incauto insecto que será su próxima comida.
Durante el día, la casa no podría ser más apacible. Con el paso de las horas el juego de luces y sombras en ella es un caleidoscopio inagotable. La mayor parte del tiempo el fondo sonoro está dominado por el canto de los pájaros y por las ventanas entra la brisa con el mensaje aromático de los cadmios y los arenillos. Pero una vez cae la noche y los humanos nos sumergimos en el sueño, en medio de la oscuridad y el silencio, los feroces dueños de la noche juegan su papel en el incesante drama de vida y muerte del que todos formamos parte.

Preciosa descripción de tu hermosa y amable casa. Me encanta
🤗
Me gusto mucho la descripción. Gracias.
🙏
Me animo a confesar la envidia que siento de habitar un lugar tan especialmente diseñado para disfrutar de los seres naturales de tu región. Y admiro también tu facilidad para describir los sentimientos que te genera tu casa y su entorno.
Gracias, querida amiga 🤗
🤗🤗🤗
Gran aceptación de tu bello entorno, que enseña a ver diferente los bichos, menos mal no me ha tocado verlos, bueno ,algunos bichos
Más que aceptación es un enamoramiento profundo que permite encontrar la belleza de cada bicho.
La fotografía con la que se abre este hermoso y cercano relato me encanta…me resultan conocidas las emociones y los habitantes descritos y me alegra saberlos residiendo en “mi casa” que, como dice Germán, es desde siempre su espacio y que se ambienta en la noche con el canto de las ranas.
Gracias, Marcela. Es todo un privilegio compartir el espacio con cada uno de esos bichos!!
Luis Germán, con tan emotiva descripción que haces de tu espacio, inevitablemente nos haces partícipes de tus observaciones… contemplaciones y reflexiones.
Simplemente, GRACIAS por ello!
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Precioso dibujo de las emociones y sentimientos que genera el vivir en un ámbito concientemente elegido. Por lo demás, excelente testimonio de que vivir en una casa y en un lugar, no es simplemente estar en ellos. Gracias por esa enseñanza, Luis Germén. Bernardo.
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