Hace unos días, escarbando en mis archivos, me encontré un texto que debí haber escrito a mediados de 1992 a raíz de la aparición, en el suplemento literario del diario “La Patria” de Manizales, de la reseña de un librito1 que yo había publicado el año anterior. No recordaba haber escrito esos párrafos y tampoco pude acordarme por qué razón no los expuse nunca a la luz pública. Haberlos encontrado de una manera tan casual es quizá una señal de que sea hora de compartirlos.
A vuelo de pájaro por los caminos de Caldas
“No atiende ese alboroto de tordos
J. M. Serrat
a cuestiones de patria y de fronteras”
Cuando se escribe siempre se corre el riesgo de la sorpresa. Las ideas que se elaboran lentamente se incuban durante el sueño y con una sensación de vértigo se vierten finalmente en el papel, adquieren vida propia y se liberan para luego jugarnos bromas. Cuando menos se espera, aparece en cualquier parte algo que uno mismo ha dejado en negro sobre blanco y visto así, como desde el otro lado del espejo, resulta sobrecogedor.
Hace un par de semanas tuve uno de estos sobresaltos. Llegó a mis manos como un regalo la edición del siete de junio de “Papel Salmón”. Sin saber de qué se trataba y con las retinas aún entibiadas por la consonancia del nombre de la publicación y el tono pastel de las páginas, me vi de repente atrapado por las enormes letras azules de aquel título: POR QUE MIRAR AVES. Y allí estaban dos de mis dibujos y una colcha de retazos de párrafos que dejé ir hace poco más de un año. Me entretuve recordando la génesis de mi librito, entre olor a musgo y aguaceros y me sentí agradecido por la fortuna de ver el retorno a mi escritorio de un trabajo en el que puse algo más que entusiasmo.
Pero lo mejor estaba por venir: en el rincón inferior de la página, dentro de un pequeño recuadro, el insospechado anuncio de mi expatriación. De un momento a otro, envuelto en la pulcritud de un crédito, estaba el hecho de haberme convertido en el biólogo vallecaucano Luis Germán Naranjo. El arrume de granos de maíz que llevo en la cabeza y que pugna por salirse en cada una de mis eses arrastradas o de mis incontables exageraciones se revolvió de pronto y en medio de la sorpresa una carcajada, mitad jolgorio, mitad desamparo, resonó entre las paredes del estudio.
Siempre en movimiento, por ese afán migratorio propio de los pájaros o de mis antepasados paleocaldenses, ya ni sé en donde he habitado más tiempo. Pero de un puerto a otro, desde las lagunas vallecaucanas a los desiertos de otra parte, desde la alta montaña por donde pasaban los bueyes de mi abuelo a los manglares de dos costas, a pie, a caballo, en barco o en avión, pajarero de todos los ámbitos, he sido y soy manizaleño.
Lo comento, casi al desgaire, como un buen chiste. Pero en medio de todo, aunque mi expatriación hubiese comenzado cuando a los doce años bajé la falda de los Andes centrales, todavía las calles empinadas que de la carrera 23 descienden a Hoyo Frío me persiguen en sueños y la imagen de un patio inolvidable de la calle 25 es como un nicho para resguardarme en los momentos difíciles. Aun sabiendo que no importa en dónde se nace, aún con la certidumbre de entender que las fronteras no son otra cosa que rayitas en un mapa o puntos de una carretera en donde las requisas son más prolongadas, el recuadrito del “Papel Salmón” me abrió la ventana a la esencia cosmopolita.
Soy manizaleño, aunque mi acento a veces se disfrace con dejes del altiplano, sonsonetes caucanos o sílabas que desaparecen tragadas por el arroyo de palabras vertido en tierras caribes. Sin embargo, el editor, en un momento de lucidez, agregó al nuevo gentilicio a manera de prefijo el sello de mi profesión: el biólogo vallecaucano. Detalle casi mágico. Pues si las montañas ariscas de Manizales me dieron los elementos amasados por los abuelos, la sensual planicie en donde se pasea el alto Río Cauca me llevó, de una manera irreversible, a lo que decidí que fuera mi forma de vivir.
En un amanecer de aquellos cuando el valle aún se inundaba en invierno (o cuando aún había inviernos), los silbidos de las iguazas y el vuelo alucinante de las zarcetas que vienen del frío norte me marcaron para siempre. De allí en adelante cada cosa que he hecho, aún las más cotidianas frivolidades, ha venido rodeada de plumas. El no volver más que detrás de un batir de alas a los cafetales en donde los parientes mantienen las raíces, fue apenas la primera consecuencia de las mañanas adolescentes hundido en el barro de las hoy desaparecidas lagunas del norte del Valle. Después, caminos que se cruzan y entrecruzan hasta hacer del planeta azul la única patria verdadera.
Por eso, recibo agradecido el aviso de mi doble “nacionalidad”. Y porque viviendo otra vez en las orillas del Río Cauca me basta con dirigir los ojos de pajarero hacia el oriente para estar de vuelta por los caminos de Caldas.
- Naranjo, L.G. 1991. Ucumarí, tierra de aves. Pereira: Corporación Autónoma Regional de Risaralda (CARDER): ↩︎
Que bonitas letras, cortas, con sentimiento y profundas
Gracias, Daniel. Saludos!
Un excelente recuento de la vida entre pájaros, letras y sitios recorridos, en la que claramente se ve la pasión por lo que hace
🤝
Excelente reflexión!! Gracias por darla a conocer.
🤝
Eso es mucha belleza de texto, como siempre o, como ahora, escrito muy desde el corazón.
🤗
Leo y releo estas líneas y las encuentro cada vez más hermosas y profundas..
🤗
Me encantó tu escrito Luis Germán. Me remontaste a esos maravillosos tiempos, ese librito formó parte de mi biblioteca….te veo dibujando
🤗
¡Excelente escrito!
Palabras con mucha reflexión, inspiradoras y apropiadas para comenzar bien un día de arduo trabajo.
Gracias!
Ame este escrito…. Sin palabras adicionales
🤗
Eso de tener múltiples nacionalidades ecosistémicas a veces es extraño… sentirse muy de más de un lugar… conozco la sensación. Amé este relato
Y fíjate que desde entonces andaba rescatando mi manizaleñidad…