Después de que los cronistas de Indias registraran sus alucinadas impresiones sobre el “nuevo mundo”, la América Hispana fue prácticamente terra incognita para los europeos de otros países durante casi doscientos años. Hasta poco antes de la independencia de las primeras naciones americanas estos territorios permanecieron sellados a cal y canto por disposición de la corona española que prohibía el establecimiento de relaciones con pueblos distintos a la metrópoli por la amenaza que representaban para el orden colonial. Por esa razón la independencia trajo consigo una avalancha de viajeros que recorrieron las nacientes repúblicas a lo largo del siglo XIX, muchos de los cuales dejaron testimonios escritos de sus experiencias1.

A pesar de tener variados intereses, estos viajeros ilustrados encontraron en la narrativa de Alexander von Humboldt no solamente una guía sino también un modelo para plasmar sus impresiones. Si bien muchos de sus relatos están fuertemente cargados de sesgos raciales y colonialistas, la mayoría prestaron una enorme atención a las plantas y animales que encontraron en sus recorridos, a las condiciones climáticas y a los fenómenos naturales. Estos textos contribuyeron en gran medida a construir los primeros imaginarios geográficos y ecológicos de los países recién emancipados, en los cuales prevalecieron los paradigmas del sometimiento de la naturaleza y el determinismo geográfico.
Por otra parte, los relatos de los viajeros extranjeros a nuestros países en el siglo XIX tuvieron el común denominador de resaltar el potencial y las posibles limitaciones de los territorios visitados para el establecimiento de distintos tipos de negocios. Muchos de los militares, diplomáticos, ingenieros de minas y comerciantes que visitaron lo que hoy es Colombia, tenían la misión explícita de buscar mercados para sus gobiernos2, lo cual era muy conveniente para un país que por entonces intentaba consolidar su economía. Incluso viajeros naturalistas como Édouard André y geógrafos como Élisée Reclus tuvieron móviles pecuniarios en sus exploraciones: mientras el primero buscaba plantas que pudieran comercializarse en Europa, el segundo encontró en la por entonces creciente afición por la literatura de viajes un mercado para sus obras.

Es por lo tanto llamativo encontrar, en medio de la amplia bibliografía decimonónica de viajeros ilustrados en Colombia, la memoria de quien sin duda fue el primer turista pajarero en la historia del país. En 1892, mucho antes de que este fuera reconocido internacionalmente por la riqueza de su biodiversidad, el teniente norteamericano Wirt Robinson llegó a Colombia acompañado por su esposa Alice y su hermano Cabell con el único propósito de conocer sus aves, como consta en el prefacio de su relato de viaje, titulado A flying trip to the tropics:
“Si me he extendido demasiado sobre las aves, recuerden que su estudio es mi pasatiempo, que fui a los trópicos con el propósito de observarlas y, por lo tanto, me inclino a darles más importancia que a otros objetos.”
En el momento de planear su itinerario, Robinson era instructor de lenguas modernas en la academia militar de West Point y, gracias a su afición por la historia natural en general y en particular por las aves, era capaz de reconocer de inmediato casi todos los pájaros que encontraba en sus caminatas habituales. Por su familiaridad con la avifauna del oriente norteamericano encontraba monótonos sus recorridos de observación y anhelaba vivir las experiencias de los naturalistas exploradores de los trópicos, hasta que una tarde de noviembre de 1891, al quejarse con su esposa de la pobreza de sus experiencias ornitológicas, esta le sugirió lanzarse a la aventura que finalmente lo trajo a Colombia.
En realidad, el país no fue seleccionado por ninguna razón distinta a la mera conveniencia. Se trataba de un viaje de vacaciones y, por lo tanto, el tiempo del cual disponían los viajeros se limitaba a una porción de los meses del verano boreal. Como esta es la época más lluviosa en las Antillas y en América Central dichas regiones fueron desechadas por los viajeros y lo mismo sucedió con Venezuela pues en aquel año ese país iniciaba una de las muchas guerras civiles que lo azotaron durante el siglo XIX. Colombia estaba ubicada a una distancia conveniente de la costa oriental de los Estados Unidos y, a pesar de sus precarias vías de comunicación en aquella época, se prestaba por lo tanto a los propósitos de Robinson y sus compañeros.

Visto con los ojos de un pajarero del siglo del afán, el itinerario propuesto para ese periplo es poco menos que un despropósito. Luego de navegar desde el puerto de Nueva York hasta Puerto Colombia, con una escala de tres días en Curazao, Wirt, Alice y Cabell Robinson contaron apenas con 31 días para pajarear en los alrededores de Barranquilla, a lo largo de la navegación en un barco de vapor por el río Magdalena hasta Honda y en los alrededores de la población de Guaduas antes de iniciar el viaje de vuelta con tiempo suficiente para regresar a West Point antes del comienzo del semestre de otoño. Sin embargo, y a pesar de que tanto Wirt como Alice estuvieron enfermos varios días durante ese periodo, el relato de Robinson evidencia, desde su llegada a Colombia, la emoción del pajarero que por primera vez se encuentra en el país de las aves:
“Al acercarnos a Barranquilla, vi una bandada de pájaros volando con rápidos aleteos, que se asemejaban a nuestras palomas; pero al desviarse, la luz del sol los iluminó y vi que eran de color verde claro. Eran pericos, las primeras aves que había visto en tierra firme, lo que cumplía con mis expectativas sobre las aves tropicales.”
Al igual que tantos otros relatos de viajeros ilustrados por Colombia en el siglo XIX, el de Wirt Robinson es una colección de detalles pintorescos del paisaje y de sus pobladores por lo que muchas de sus descripciones resaltan aspectos que, para un visitante de un país “desarrollado” eran muestra de la precariedad de nuestra sociedad en aquella época: la pobreza de las poblaciones ribereñas, las condiciones poco higiénicas de cocinas y alojamientos, el lamentable estado de las vías terrestres e incluso la incidencia de patologías como el bocio y la elefantiasis. Sin embargo, el hecho de emplear a los pájaros como eje central de su narrativa hace de “A flying trip to the tropics” una obra excepcional dentro de la bibliografía de este género en el país.
Para un pajarero de hoy en día, las descripciones del teniente Robinson pueden parecer chocantes, pues gran parte de sus observaciones de la avifauna fueron hechas a través del punto de mira de una escopeta calibre 12. Después de todo, aún faltaban algunos años para que Florence Merriam propusiera la revolucionaria idea de emplear gemelos de teatro para observar las aves silvestres y aún estaba en boga la práctica de coleccionar especímenes disecados como muestra de cultura y distinción. Pero, aun así, las notas de campo contenidas en su relato de ese viaje dan muestra de una gran sensibilidad y una atención al detalle dignas del más apasionado observador contemporáneo.

- Jaramillo Uribe, J. (2002). La visión de los otros. Colombia vista por observadores extranjeros en el siglo XIX. Historia crítica, (24), 7-25. ↩︎
- González-Echeverry, Rut Bibiana. (2017). Relatos de viaje por Colombia, 18221837. Cochrane, Hamilton y Steuart. Historia y Sociedad, (32), 317-351. https://doi.org/10.15446/hys.n32.55514 ↩︎
Es muy interesante ver como alguien sentía la misma pasión de buscar y conocer las aves años atrás para su estudio , al igual que muchos de nosotros en tiempos actuales. Con una cámara y con los libros ornitológicos , sin escopetas y luchando por ellas de una u otra forma para que siga sus existencia, hoy seguimos las aves con mas ahínco que nunca.
Como siempre, encantada con tus notas