Vivimos en un mundo maravillosamente diverso que nos bombardea incesantemente con señales de todas las clases. Abrumados por este asedio de información, nos vemos obligados a usar un truco de inadvertida humildad para poder manejarlo: establecemos semejanzas y diferencias entre distintos objetos y armamos conjuntos de acuerdo con criterios arbitrarios.
Gracias al desarrollo de distintas formas de clasificación, todas las sociedades han conseguido navegar una realidad compleja y como parte de ese proceso, desde la antigüedad han propuesto múltiples métodos para establecer conjuntos de seres vivos. Algunos emplearon como criterio la apariencia general de los organismos, otros se basaron en sus hábitos, en la manera de desplazarse, en el tipo de reproducción, o incluso en la utilidad que representan para los humanos. Así, hay clasificaciones que reúnen en una sola categoría a los animales voladores, a las plantas que tienen una estructura arborescente, a los seres cuyas crías nacen de un huevo, o a las hierbas que alteran la percepción de quienes las consumen.
En principio, todas estas aproximaciones eran válidas, pues respondían al objetivo primario de reducir la complejidad de la naturaleza a conjuntos discretos que tuvieran algún sentido para quienes los observaban. Sin embargo, las clasificaciones que resultaban de ellas no eran mucho más que listas de plantas y animales que no diferían de cualquier otro catálogo de objetos excepto por su pretensión de intentar expresar el orden inherente a la creación divina.
La introducción en 1758 de un sistema jerárquico de clasificación por Carl von Linné significó un avance notable en el proceso de sistematización del conocimiento de la diversidad biológica, pues al agrupar a los seres vivos en una serie de categorías anidadas (especie, género, orden, clase y reino) representaba con mayor claridad que ningún esquema taxonómico precedente la gran cadena del ser sugerida desde los tiempos de Aristóteles. Por otra parte, era mucho más riguroso en cuanto al uso de criterios de diferenciación de esas categorías y por lo tanto facilitó el proceso de clasificación del número creciente de nuevos organismos que llegaban a los gabinetes de historia natural provenientes de las grandes empresas coloniales.
A pesar del impulso dado por la taxonomía Linneana al desarrollo de la historia natural, no fue sino hasta el planteamiento del concepto de la descendencia con modificación, hecho por Darwin en El Origen de las Especies un siglo después de publicada la obra de Linneo, que la clasificación tuvo un propósito que trascendía la simple reducción de la complejidad del mundo natural a conjuntos discretos y manejables o la búsqueda de la mejor forma de ilustrar el plan de la creación.
De acuerdo con el principio formulado por Darwin, el que un organismo forme parte de una familia, un orden, una clase o un filo determinado y no de otros, significa que comparte con los demás integrantes de ese grupo mucho más que un parecido: todos ellos descienden de un mismo antepasado. Esta noción fue entonces el principio de la taxonomía evolutiva, también conocida como sistemática, que busca establecer las relaciones de parentesco entre los organismos y contribuye a esclarecer las distintas maneras mediante las cuales los grandes grupos de seres vivos han conseguido resolver, a lo largo de su historia evolutiva, los problemas esenciales que les plantea la existencia.
Cuanto más arriba miremos dentro de la jerarquía taxonómica, más distantes serán los parentescos de los organismos que conforman cada una de sus ramas. Los peces, los anfibios, los reptiles, las aves y los mamíferos pertenecemos todos al filo de los Cordados y estamos conectados por relaciones de parentesco que retroceden en la historia hasta hace unos 525 millones de años, época en la cual nuestro ancestro compartido más antiguo se separó de otros animales relacionados con los Equinodermos, es decir, del filo dentro del que hoy se encuentran las estrellas, los erizos y los pepinos de mar.
La “lectura” de la clasificación biológica es entonces una forma de reconstruir la historia de la evolución a través de la identificación de los atributos singulares de cada una de las categorías taxonómicas mayores. Así, por ejemplo, los más de 10,000 integrantes de la clase aves tienen en común la presencia de plumas, atributo que comparten con otros dinosaurios terópodos del período Jurásico. La aparición de las plumas dentro de ese linaje es considerado entonces como un “momento” clave en el devenir de las aves, pues define en gran medida características funcionales que les son tan propias como la estructura de las alas en especies voladoras y los complejos despliegues de comportamiento tan extendidos en ellas.
De acuerdo con la enciclopedia de la vida, hoy se conoce un número aproximado entre 1.5 y 2 millones de especies, que los taxónomos reúnen en 1461 órdenes pertenecientes a 351 clases de 96 filos y siete reinos. La reducción de un número tan impresionante de formas vivientes a esos grandes conjuntos a los que llamamos categorías taxonómicas superiores, es entonces mucho más que un logro de sistematización del conocimiento. Es la síntesis de una narrativa en la que pasamos de construir listas ordenadas de organismos para representar el plan divino de la creación, a una secuencia de hipótesis verificables para explicar el origen de las maneras de ser en el gran drama evolutivo.
¡Claro y sencillo!
🤝
Hola Luis German, un gusto leer tus escritos. Ya mismo comparto el enlace a grupos de SAO; ayudan a dar claridad con el relajo en las autoridades taxonomicas en el gremio ornitologico.
abrazo
Luis G. Olarte
Qué bueno saber que me estás leyendo, mi estimado Luis Germán (el otro). Muchas gracias por hacer circular el enlace: siempre ando en busca de lectores nuevos. Un abrazo,
Luis Germán
Luis, muy interesante el tema, tus escritos son muy agradables, la ciencia a nuestro alcance.
😊
Excelente texto, Luis Germán. Más de 20 siglos separan a Aristóteles de Linneo, y hay un siglo entre éste y Darwin. Creo que las diferencias en sus propuestas de organización del mundo natural son de grado y no de tipo. La Historia de los animales de Aristóteles está más cerca de Darwin que de la enciclopedia china de la que habla Borges en El idioma analítico de John Wilkins.
Gracias, Ismael. Lo que dices, es para discutirlo. Por lo pronto, Darwin no propuso una forma de organizar el mundo natural, sino de interpretar el significado de la organización jerárquica que empezó Linneo, y ese es el gran valor de lo que hizo. Y tendré que releer ese texto de Borges antes de que conversemos!